UNA BROMA
Siempre me ha gustado la chanza, la sorpresa, incluso la burla.
Recuerdo el día que desaparecí en la playa y dejé sobre el agua mi camiseta y mi bañador... Fue todo un espectáculo observar a los socorristas corriendo el largo arenal desbocados ante los gritos de alarma de mi hermana mientras yo me tomaba una cerveza fresquita en la terraza del chiringuito.
Y el día del cumpleaños del abuelo que sensación causé con mi profunda y total afonía -totalmente fingida- mientras hacia gestos con las manos y todos se rompían la cabeza por intentar entenderme.
Por eso, cuando me enteré que en Internet había unos fármacos que simulaban catalepsia, no dudé ni un segundo en adquirirlos pese a las enorme dificultades para hacerse con ellos.
Ya me imaginaba en mi velatorio, con todos de riguroso luto negro a mi alrededor y yo levantándome del ataúd para comprobar sus caras de asombro e incredulidad... e incluso me imaginaba a la señora Visita, la vecina del 3º derecha, siempre tan devota y beata de misa diaria, gritando: ¡Milagro, Milagro!
Lo que nunca pensé -¡qué ingrata es la gente!- es que ni tan siquiera me iban a hacer un funeral.
Y ahora que me estoy despertando noto demasiado calor. Parece que estoy en un horno... ¡que abran esta caja de una vez, que ya llega de bromas, y que a ver si me voy a acabar quemando.
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