AMIGO IMAGINARIO
No tengo muy claro cuando apareció en mi vida. Sé que mamá había muerto y papá, sumergido en su ausencia, apenas era capaz de sonreírme cuando me daba las buenas noches. Luego él venía, y me abrazaba, y me cuidaba, y me recordaba que yo era su niña. Y en ocasiones jugábamos a escondernos... él siempre ganaba. Era imposible saber con certeza donde se escondía.
Recuerdo que luego, al crecer, me enseñó a no contarlo todo, a filtrar la información, incluso a entender que papá pudiese conocer a otras personas. Fue él quien limpió mis lágrimas en aquellas noches largas de otoño en las que ni yo me entendía. El cuidó de mi... fue quien me dijo como y en que momento debía llorar, cómo desahogarme, cómo relacionarme, como entender las diferencias.
Es cierto que hubo un momento en que nos distanciamos y ahora, al pie de la cama, vestida con mi traje de novia lo observo. Tengo casi tres décadas y en menos de una hora voy a casarme.
—¿Volviste? —le he dicho.
—Nunca me fui —me ha respondido con esa delicadeza que solo poseen los espíritus puros—. Solo te he dejado espacio.
Lo miré largo rato. Lo miré y lo quise. Dejé que me acariciase su extraña presencia
—Supongo que debo agradecerte todo lo que me has cuidado. Te quiero. Pero creo que ahora debo volar sola, sin tu presencia
Él asintió.
Y mientras desaparecía regalándome los últimos trazos de dulzura, entendí lo que es la vida. No siempre se crece avanzando, en muchas ocasiones se hace despidiéndose... diciendo adiós.
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