UNA MUÑECA
No sé como he llegado hasta aquí. Hace apenas unos días estaba tan tranquila en mi casa de Madrid. Nos tirábamos sobre el suelo de parquet a jugar toda la tarde. Y de noche, todo era tranquilidad, quietud y placidez. Dolores, la asistenta, siempre nos arreglaba la ropa y estaba pendiente de que todo estuviese en orden. Cuando llegaban los señores, todos a dormir con esa paz infinita que da el Barrio de Salamanca.
Ahora noto el extremo calor de esta arena ardiente que parece no acabar nunca. El estruendo del sonido de los proyectiles casi enmudece con los incontables llantos y gritos de la gente. Hay sangre por todas partes y estoy manchada y con la ropa hecha jirones. No hay casas con tejados, todo está sucio y estropeado. Y los niños no juegan a dar la merienda ni la cena sino que observan, hambrientos, las largas e infinitas colas para rogar una ración de alimento. Todo huele a humo y a hierro caliente, y los alaridos de dolor me producen muchísimo desasosiego. En ocasiones, veo un zapato pequeño en medio del polvo como si fuese una cicatriz del terreno. Y mi nueva dueña me abraza muy, muy fuerte, contra su pecho, son sus ensangrentadas y sucias manos de niña pequeña como si tuviese un pánico atroz a perder la vida.
No entiendo que pudo pasar. Sólo sé que Dolores, cuando los señores hablaron aquella noche de donar alimentos y juguetes a un lugar que se llama Gaza, me puso dentro de una caja de cartón, junto al coche de bomberos que estaba en la repisa de la habitación y los dos ositos del último cumpleaños... No me pareció mala idea la de viajar... pero parece que me han traído al Infierno. Quiero volver a casa.
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