NIÑO TORPE
Papá siempre me dijo que lo mío eran los libros, lo de escribir e imaginar. Me lo decía con esa desidia y cierto desagrado que producen, en ocasiones, los hijos torpes, esos de los que es difícil sentirse orgulloso.
El era un manitas. Igual te alicataba un cuarto de baño, que te cambiaba los manguitos de las tuberías; hacía las plomadas como nadie; arreglaba los enchufes y cableaba sin ninguna dificultad; encofraba, hacía zanjas de cimentación, manejaba la llana y la paleta; cizalla en mano no tenía rival; pintaba y era un maestro en trabajos de enlucimiento. Mamá y las vecinas le tenían por un héroe. No había día que no arreglase algo. Tal era su capacidad que los jefes rivalizaban por tenerlo en sus cuadrillas... Un todo terreno.
Y yo, inútil, por más que él intentaba enseñarme, era incapaz de escoger adecuadamente la punta de un atornillador; no podía distinguir una llave de tubo de una fija, una de pipa de una carraca; no sabía usar un flexómetro ni un nivel; e incluso las dos veces que me dejó el taladro acabé agujereando media pared.
"Tú, a los libros"... me repetía con esa tristeza del que ha criado un muchacho incompetente e inepto para lo esencial de la vida.
Han pasado los años. Desde que mamá se ha ido, papá ha empeorado mucho. La cabeza se le fuga en demasiadas ocasiones y parece no regresar en tiempo. Lo he traído a vivir conmigo. El empeoramiento es tan agudo y acelerado que solo se me ha ocurrido comenzar a comprar muebles de Ikea para que el los monte adecuadamente y así se sienta activo.
Quise probar con la estantería Kellex y amparado en mi notoria incapacidad para enfrentarme a cualquier manualidad, le insinué que debía montarla él. Por un momento pareció salir de su letargo y cogió su caja de herramientas pero en apenas unos minutos volvió a quedarse abstraído y confuso, inmerso en esa soledad infinita que produce el aturdimiento y la desorientación.
Volví al día siguiente a recordárselo pero solo fue capaz de enlazar y atornillar dos laterales.
Noté que su desilusión crecía cuando volvía a la realidad y veía la tarea inacabada. En ese momento era consciente de su completa debilidad, de su derrota, de que la vida cruel le estaba ganando a su maestría natural.
No lo dudé. Acabé yo -debo decirlo que con ayuda de un amigo- la dichosa estantería. Y he seguido el mismo procedimiento con la cómoda Kullen, el armario Brimnes, el escritorio Lagkuten y la librería Besta.
¡Cómo ha mejorado la estima de mi padre! Con cada tarea rematada presume ufano de su capacidad. Y con ello está más alegre y entusiasmado.
Y mira por donde hasta estoy convirtiéndome en un mañoso, hábil y diestro con las herramientas. Pero no le quitaré la ilusión que ya me lo dice él todos los días:
-"Anda hijo, eso déjamelo a mi... que lo tuyo son los libros y no sabes manejarte con los trebejos... que ya lo decía tu madre, que en paz descanse, que eras muy dócil y bueno pero sin ninguna maña".
Y lo observo con candidez, sonriéndole y pidiendo, con la mirada, perdón infinito por mi torpeza.
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