MI SOLEDAD

 Ella llegó tras marcharse Catalina.

Catalina decidió abandonarme violentamente, como ese despiadado oleaje que surge en el océano en los días de tormenta. Gritos, aspavientos, ruidos de maletas y cajas. Sarcasmos ininteligibles y retazos de furia y odio incontrolado.

Yo asistí mudo a la contemplación del espectáculo y, por un instante, hubiese deseado pedirle que se quedase, aunque rápidamente entendí que esa violenta despedida era la mejor de las decisiones.

La puerta se cerró. Un golpe seco que hizo temblar las paredes. Luego el silencio. Infinito y pesado, solemne y tenaz.

Y, como sin querer, fue penetrando ella en cada lugar de la casa. Así, con decoro y misterio, casi pidiendo permiso, fue entrando la soledad.  Traspasó el umbral levemente, como quien no quiere molestar, y fue dejando poco a poco todas sus cosas: una taza en la mesa, un libro abierto, una silla vacía frente a la mía.

Al principio me incomodaba su silencio. Su solemne presencia me recordaba mis derrotas y eso me dolía. Luego fui aprendiendo a escuchar su relato. Ahora lo compartimos. Hasta hemos aprendido a esperarnos. 

Y ahora si lo tengo claro... si se fuera…la echaría mucho de menos. Mucho más que a Catalina.

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