EL ORDEN ESTABLECIDO
Era lógico que así sucediese. Inevitable.
Yo nunca fui el más agradable, ni el más conversador, ni el más apuesto, ni sorprendente, ni atrevido, ni cautivador. Eso del romanticismo siempre me pareció una pérdida de tiempo. Y lo de vivir y disfrutar y gozar perdiendo el sentido y la razón... yo sé que tenemos unas obligaciones con el trabajo, con la necesidad de asegurar el futuro y con el compromiso responsable y eso de viajar, de visitar lugares y lugares, de alternar... todo lo considero una pérdida de tiempo y de recursos pecuniarios.
Era inevitable. Ella llevaba meses lánguida, triste, melancólica y mustia. Y es cierto que hasta el momento los niños habían cubierto muchas carencias que ahora, con ellos mayores, se destapaban cada jornada. Los vacíos inmensos que se hacen eternos.
Fue entonces cuando se me ocurrió. Yo no puedo cambiar de la noche a la mañana, mudar el orden establecido, pero tampoco soy imbécil y sabía que debía hacer algo.
Primero fueron aquellas rosas que le mandé al trabajo con una nota en la que decía que haberla descubierto era recobrar la juventud.
Luego fueron unos bombones. Incluso me atrevía a sugerirle a una compañera de oficina que me recomendase una blusa elegante que no dudé en enviarle. Algún libro, un perfume... todo remitido con discreción a su lugar de trabajo para que no tuviese que darme ninguna explicación.
Y tengo que reconocer que estas dos últimas semanas tiene otro brillo en los ojos. Me mira con ternura y la noto feliz. Inmensamente feliz, alegría desbordada, entusiasmo y ganas por compartir.
El siguiente paso será encontrar un chico apuesto que la invite a tomar café o a cenar o incluso a un concierto de Hombres G. Y si es necesario, que la acompañe a un paseo romántico al anochecer por un idílico arenal.
Tengo que hacer lo que sea por salvar el matrimonio. Alterar el orden establecido sería un desastre.
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