MÍA

 Tras cruzar el umbral de la habitación ya nada impidió la pasión. Sin encender las luces, desnudaron sus cuerpos arrancándose la ropa envueltos en un deseo salvaje. 

Ella lo besaba con furia, arañando su espalda, gimiendo entre susurros. Él la tomó del cuello, con fuerza, como a ella le gustaba… o eso pensó.

Cuando la soltó, jadeante y eufórico, notó que ya no se movía.

Sonrió en la oscuridad. Por fin había encontrado a alguien que no lo abandonaría nunca.

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