RELATOS

 No se veían pero estaban permanentemente en contacto. 

Él le escribía historias todos los días como quien cocina, o planta semillas en el huerto o lija madera para construir un mueble. 

Ella leía apasionadamente cada línea intentando interpretar las palabras.

Había llanto, humor, ironía, ternura, pasión, delicadeza... pero sobre todo, había vida.

Han pasado los años y él ha olvidado como se escribe. 

Ha olvidado eso, igual que ha olvidado su nombre, el lugar donde vive y la medicación que debe tomar. En ocasiones, incluso olvida que debe seguir respirando y solo la enfermera que lo cuida parece poder despertarlo del letargo en el que está sumido aplicándole una mascarilla de oxígeno.

Ella ya no lee relatos. Ahora teje maravillosas historias con dulces palabras y todas los viernes por la tarde se acerca al geriátrico para susurrárselos.

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