UN CASTILLO
El solía jugar a construir castillos con barro en el patio. Sentía un inmenso placer al hundir sus manos en la tierra húmeda y percibir la frescura y la dureza de las piedras que aparecián entre el lodo.
Su madre lo observaba desde la ventana, con esa mezcla de ternura y resignación que solo tienen los adultos que ya no recuerdan cómo se sentían al ensuciarse sin culpa.
—No entres así a la casa —le advirtió, aunque él no parecía escucharla.
Cuando terminó su castillo, una auténtica fortalezas, se quedó mirándolo un largo rato. Luego, con un gesto casi solemne, lo deshizo por completo, aplastándolo con ambas manos.
Subió corriendo a lavarse antes de cenar.
Al secarse, miró sus manos limpias, blancas, impecables… y sintió, por primera vez, que algo importante se le había escapado para siempre.
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