SECRETO
Habían decidido regalarse una cena romántica, prendiendo los candelabros al lado de la terraza abierta que mostraba una brisa generosa en el despertar de la noche madrileña. Él conversaba sin parar, y aunque ella le sonreía, algo artificial volaba en la atmósfera. Frente a él, ella lo observaba con una calma inquietante, como si supiera algo que él no.
Terminó el último bocado, bebió el vino y sonrió satisfecho.
Entonces ella se levantó, lo besó en la frente y susurró en la oscuridad:
—No te preocupes… ya me aseguré de que ella no sufra. Será nuestro último secreto.
Solo entonces él entendió: el vino tenía un sabor distinto. Muy distinto.
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