CIRCO

 "El gran hacedor de todos los deseos". Así se anunciaba, con tono rutilante, el espectáculo estelar de aquel circo que había llegado al pueblo.

Allí había trapecistas y domadores de terribles fieras y payasos y malabaristas, funambulistas de lo imposible, tragafuegos, forzudos e ilusionistas.

Pero nada era comparable a aquel grandioso mago que -como el genio del cuento- escogía un personaje del público y era capaz de adivinar lo que deseaba y concedérselo.

La magia de Doren, el gran mago, era infinita. Infinita para los espectadores e infinita para todos los que componían el circo, incluida la joven Mirta, la nueva adquisición del domador de leones, y en quien tenía puesta todas sus ilusiones.

Se sucedieron las sesiones, todas repletas de público. Jamás se había visto nada parecido. Era el día final. Ante un auditorio emocionado, el jefe de pista anunció con fuegos de artificio al gran Mago. 

Un aplauso atronador. Y la extraordinaria aparición, entre el humo, del todopoderoso Doren. Y comenzó el espectáculo;  mostró sus dotes de prestidigitador con sabiduría en los juegos de manos; asombró con la baraja; mostró sus dotes de escapista huyendo de de recias cadenas y consiguió doblar objetos con la mirada... y finalmente, aseguró que desaparecería para aparecer súbitamente en otro lugar. Y así sucedió... de repente Doren dejó de estar....

Pasaron unos segundos de asombro y silencio. Un nuevo aplauso generoso... el jefe de pista mira a su alrededor... debería ya de nuevo aparecer entre las gradas... pero nada sucede... 

Comienza un largo murmullo entre los asistentes.

No se duda ni un minuto más. El espectáculo debe continuar. El jefe de pista anuncia, entre las dudas por lo que pueda haber sucedido, al domador de leones. El Gran Marco... llegado de la Sabana con sus fieras, y  su lado su nueva entrenadora, la joven y dulce Mirta.

Cogidos de la mano, sale la pareja. El público vuelve a conectarse con el espectáculo. Contrasta la sonrisa del recio domador con el rostro entristecido de la joven Mirta, a quién se le escapa una lágrima furtiva.

Al fondo se ilumina la gran jaula de los leones. Tres soberbias fieras asoman con sus grandiosas melenas. Dos de ellas devoran entre sus fauces un cuerpo desgarrado... un rumor se extiende...

Y la sonrisa del domador se hace más grande... No llega con ser mago para querer conquistar lo que es de otro.

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