DAÑOS COLATERALES

 Tenía razón. 

Cierto que todo aquello era perfecto, ideal; comida, bebida, temperatura adecuada, ni el más mínimo esfuerzo y él no era mala compañía. Docto, afable, educado... y un cuerpazo. ¡Qué pedazo cuerpo!

Pero le faltaba chispa a todo. Aquello, con toda su perfección, carecía de magia, de energía, de pasión. 

Llamáme estúpida, llámame atrevida, o simplemente dime que soy una bala pérdida. Pero el día que decidí coger la manzana y dársela a Adán... ¡cómo cambió el cuento!

Ese día, es cierto que se enfadó cuando vio al Jefe tan alterado, pero por la noche... uff... por la noche Adán era otro. ¡Qué intensidad! ¡Qué empuje! ¡Que entrega!

Y se notaba que estaba sin estrenar. Después de seis horas le tuve que rogar que parase... que guardase algunas fuerzas para la siguiente noche.

Es cierto que ahora sudamos, trabajamos, envejecemos e incluso nos morimos. Pero las noches son tan distintas... Todo lo demás, son daños colaterales.

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