LA NUEVA MAMÁ

De noche, cuando creía que ya todos dormían, descalza y con extrema suavidad caminaba hasta el desván oscuro y lúgubre que coronaba la casa. Allí buscaba a tientas el cuaderno y los lápices que tenía escondidos detrás de tantos trastos viejos, llenos de polvo y telarañas, que  se acumulaban en la estancia. Siempre se colocaba al lado de la ventana y sobre el alfeizar, muy cerquita de donde estaba roto es cristal, aprovechando la luz de la luna, comenzaba a dibujar sirenas, princesas, arenales e islas infinitas. Y sonreía mientras el lienzo blanco del papel se llenaba de atrevidos colores brillantes y formas suaves y ensoñadoras. Luego los enseñaba al cielo, confiando en que los pudiese ver.

Luego, cuando ya casi comenzaba a amanecer, cumplía con su cometido. Volvía a la cocina y calentaba el desayuno para su padre y sus hermanos, preparaba muchas tostadas y cortaba algo de carne, y freía los huevos. Debía saciar su apetito completamente y, rogaba a Dios, que los otros apetitos no tuviesen que ser atendidos hoy. 

Desde que mamá murió ha tenido que crecer.

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