UNA TRISTE COSTUMBRE
Siempre repetimos la misma retahíla. Como si nada hubiese sucedido.Nos levantábamos con una sonrisa, apretando los dientes entre los bostezos de haber dormido poco. Nos aseábamos y nos peinábamos. Y bajábamos a desayunar manteniendo alegres conversaciones que sólo se interrumpían puntualmente, al entrar en la cocina, pues todos nos acercábamos hasta mamá para darle un beso en la mejilla mientras ella repetía que nos sentásemos y comenzásemos a desayunar.
-No os olvidéis de tomar fruta.- e insistía, con esa dulzura tenue y casi fútil que la caracterizaba.- No se vive solo de galletas. Comed fruta y algo de queso.
Luego carreras alocadas para ser los primeros en poder lavarse los dientes y salir raudos para el colegio.
Ese era el peor momento, cuando mirábamos para atrás saludando a mamá con la mano y confiando ciegamente en que, la noche inmensa y preñada de llantos ahogados, no le impidiese esperarnos en la misma puerta a nuestro regreso.
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