RITUAL

 Todas las mañanas, con una escrupulosidad admirable, la observaba en el amplio ventanal de aquel segundo piso que asomaba a la calle principal. 

Sus vidas, completamente paralelas en esos instantes, transcurrían entre la monotonía del devenir, ajenas la una a la otra.

El encontraba en aquella figura la ilusión de imaginar una historia apasionante, de paseos nocturnos e interminables a la luz de la luna, de descubrimientos preñados de misterios insondables en viajes anhelados, de delicados secretos agazapados en miradas cómplices.

Se había convertido en un sagrado ritual tan necesario que no podía concebir sus mañanas sin divisar aquella figura tras el cristal ajeno y distante.

En ocasiones llegaba a cruzar varias veces por la calle, o se demoraba en el tránsito para dar tiempo a su aparición. Y anhelante, observaba como se abría la persiana, se corría la cortina y surgía -como de la fantasía- aquella dulce visión.

El rito se sacralizó en la continuidad de los años, hasta que un día sucedió... inesperadamente.

Era un martes, imposible olvidarlo.

Un cartel rojo, grande, con el nombre de una inmobiliaria, un teléfono de contacto y un "SE VENDE".

Los días siguientes fueron una completa agonía. Nadie volvió a asomarse al cristal y las persianas, cómo una dramática valla fronteriza, permanecían cerradas cercenando toda ilusión.

No le quedaba otra opción. Hizo lo que tenía que hacer.

Ahora es él quien todas las mañanas, siguiendo lo prescrito y ordenado, protagoniza el mismo ritual. Abre la persiana de la estancia, separa las cortinas y se asoma buscando en la calle que se despierta a la mañana la mirada de una joven que transite despacio con los ojos puestos en ese edificio. 

Sabe que sucederá. Debe ser paciente. Puede esperar toda una vida por ella. Y además aun le quedan 20 años de hipoteca.

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