EPITAFIO

 Sé que me está hablando y preguntando con sumo respeto, entendiendo mi situación. Yo le escucho, aunque en ocasiones no proceso la información que intenta transmitirme. Creo que tampoco me interesa demasiado.

He escogido abedul, marrón claro, salón sencillo, vehículo acompañante, esquela mediana, ataud cerrado y dos ramos de flores blancas.

Intento no llorar.

Con suma suavidad me indica una ultima cuestión:

-¿Desea algún epitafio concreto para la lápida?

Es entonces cuando lo observo por primera vez. Es un hombre de mediana edad, parece serio, muy educado, con un bonito traje negro aunque la camisa le aprieta un poco la incipiente barriga cuarentona, con entradas y cabello ya algo clareado en las sienes... lo observo callada y fijamente.

Ante  mi silencio, insiste con serenidad y delicadeza:

-Existen algunas fórmulas generales muy habituales como: "Descansa en paz", "No te olvidamos", "Permaneces en nuestros recuerdos", "Guardián de la alegría", "Siempre en nuestros corazones", "Tu luz nunca se apagará"...

Ahora le miro aun más intensamente. Es en ese momento cuando se agolpan en mi cabeza tantos recuerdos.

Las noches en las que se agitaba y me golpeaba. Su desdén hacia nuestros hijos. Sus desprecios continuos. La habitual estampa de hombre culto y poderoso. La infinidad de personas a las que fue cercenando en su propósito por alcanzar la cumbre... y, sobre todo, esa dolorosa estampa de menosprecio permanente que mostraba hacia quien más lo queríamos.

Y como adivinando mi pensamiento, el empleado de la funeraria no lo duda:

-No se preocupe señora. En ocasiones, lo más elegante es simplemente poner el nombre y la fecha de defunción. Conciso, claro y concreto.- y como queriendo añadir algún argumento más que apoye su decisión, añade.- Y se ve que usted es una señora elegante, muy elegante.

Es la primera vez que sonrío en la larga tarde que llevo en la Funeraria.

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