UN BUEN HOMBRE

 Se santiguó tres veces antes de entrar en la sala.

Nunca se había olvidado de sus creencias, ni de la pasión y el afán de su madre por inculcarle unos principios éticos y morales, por sembrar en su interior la gratitud que debemos a Dios, por instruirlo en la devoción entregada al Altísimo, al Hacedor de la vida y Señor de Cielo y Tierra.

Después abrió la puerta, se acercó a la figura que estaba sentada en la silla con las manos atadas y la boca amordazada y le descerrejó  tres tiros en la cabeza.

Con sumo respeto volvió a santiguarse y comenzó a rezar un Avemaría.

Nadie diría nunca de él que no se preocupaba por la salvación de las almas y de cuidar los espíritus. Que ya se lo repetía su madre: ¡Nunca te olvides de ser un buen hombre!... 

Y a una madre no se le puede fallar.

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