CARTAS
Paloma todos los días esperaba al cartero con ansiedad. Y todos los días sucedía lo mismo. Sólo facturas del banco, encuestas comerciales, publicidad o la contribución y las basuras. Pero nada más.
Daniel se había marchado para Uruguay y le había prometido que cada día le escribiría una carta. Todos los días una carta. Se lo juró antes de entregarse a él en aquel Ford Escort blanco en la subida de Nétoma. Era la noche anterior a su partida.... Una carta diaria, pero ya hacía tres meses de la despedida en el aeropuerto de Alvedro y ni una sola misiva.
Es verdad que llevaban poco de novios. Apenas tres meses, pero Paloma estaba segura que era el hombre de su vida y que no le podía haber engañado.
Los días transitaban monótonos y la belleza de Paloma se iba ajando paralela a la creciente desilusión por la ausencia de noticias. Hasta que llegó aquel lunes de agosto y Miguel, el cartero, le llamó a la campana que abría el paso a la finca.
No ha podido olvidar aquellos ojos enormes y la sonrisa infinita que rivalizó con el sol que regalaba una mañana estival de ensueño.
Ahora Miguel pasa las tardes buscando información sobre Uruguay y devanando el seso con el arte epistolar. Lo de la promesa de la carta diaria es difícil de cumplir.
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