OLVIDOS

¡ Adiós, mamá, adiós!- le dije con una sonrisa tierna mientras notaba sus ojos húmedos y aquella tristeza que tanto le asfixiaba desde que papá se había marchado el verano anterior.

Ella no dudó en estirarme la camisa, en colocarme y ajustarme la mochila, en recordarme que tenía el agua en el bolsillo lateral y las galletas de frambuesa guardadas en papel de aluminio junto a la linterna. Me besó y me acarició con aquellas urgencias tan suyas... tan propias de madres ansiosas y anhelantes.

Yo estaba tan emocionado. Por fin podría hacer aquella excursión por el monte que tanto deseaba. Tardé mucho en convencerla pues mamá últimamente no hablaba mucho. Ni tan siquiera se mostraba muy cariñosa. Era como si yo le molestase. Pero yo sé perfectamente que era por papá. Notaba mucho su ausencia y yo -como ella solía decir- "le recordaba tanto"... para luego añadir que ella necesitaba olvidarlo.

Volví a mirarla y la vi alejarse hacia el coche mientras me despedía con ademanes ligeros de su mano.

Yo, resuelto, entré con decisión en la espesura del arbolado donde ella me había asegurado que me esperaban los demás niños y los monitores.

Llevo ya dos días con sus dos noches caminando por el bosque pero no escucho más rumores que los de los animales. Mamá siempre insiste en que a la gente le gusta mucho esconderse pero me empieza a cansar este juego. Además no me queda ni agua ni galletas de frambuesa. Por cierto, ¡qué extraño que mamá solo me pusiese la mitad de la botella y dos galletas pequeñas! ... se está volviendo muy olvidadiza.

 

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