CUALQUIERA
Laura siempre lo tuvo claro. Y, por si alguna vez le pudiese asaltar la más mínima duda, ya se encargaba su madre de repetírselo todos los días:
-Hija mía. Con ese estilo que tu tienes y lo compuesta que has resultado no puedes conformarte con cualquiera.
Y así fue. Cualquiera no fueron aquellos primeros chicos del Instituto que conoció. Aquellos que intentaron robarle un beso o disfrutar una noche de guateques de Cacaolat con Licor 43 y Gordons con Kas Limón esperando con ansiedad los bailes de agarradas mientras sonaba Roberto Carlos con su "gato triste y azul".
Cualquiera no fue aquel compañero de Universidad que intentaba jugar a cambiar la sociedad a través del aprendizaje de la pedagogía y que una noche de otoño le juró amor eterno.
Cualquiera tampoco fue el ahijado de su padre. Un humilde administrativo que tras miles de coincidencias en citas familiares le invitó a salir en una noche de Fin de Año en la que ella alegó que se había resfriado.
Nadie fue cualquiera.
Inalcanzable hasta que le llegó la posibilidad de elegir; un magistrado de cuna que comenzó apresuradamente carrera política y pronto ascendió para ocupar altos cargos administrativos. Un hombre de bien.
Su madre, tranquila, sonreía definitivamente porque ella no se había conformado.
Y ella ahora, bien casada, toda una señora de postín, con posición y propiedades, soñaba todas las noches con cualquiera.
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