NATURALEZA SALVAJE
Fue espontáneo, impulsivo, irreflexivo. Y hasta podría asegurar que la culpa fue del puñetero cambio climático. Para que luego haya imbéciles negacionistas que sumidos en su supina ignorancia afirmen rotundamente que todo lo que está pasando con el tiempo es fruto de un ciclo natural que se ha dado en el planeta a lo largo de la historia.
Joder. El frío se ha ido. Se ha marchado definitivamente. Y sólo llueve y hace un inmenso y constante calor, un calor sofocante que te hace olvidar que hay estaciones. Y parece que estamos en una selva tropical.
Y claro... la naturaleza, siempre sabia, con semejantes condiciones climáticas, reacciona de forma rotunda. Y la hierba crece, los árboles dan frutos en febrero, las flores disparan su esplendor cromático con el invierno aun vivo, y todo se multiplica en una progresión geométrica asombrosa.
Y yo, que vivo sumergida en mi residencia campestre -lo poco que pude arrancarle al inapetente de mi expareja que tenía menos líbido que agua un desierto- amanezco un día de marzo y asomo al porche mientras intento deleitarme con un café bien cargado para enfrentar la pesada mañana y observo que me han cambiado el hábitat: no estoy en una aldea gallega atlántica... estoy inmersa en las profundidades del más puro Amazonas.
No es que haya vegetación. Es que todo es vegetación. El color verde te inunda los ojos hasta desbordarlos, el amplio jardín -otrora una alfombra delicada- ha mudado en jungla violenta, y la floresta frondosa y colosal casi ciega la luz solar.
Un paisaje tan violento y salvaje que por un momento, solo un instante pero un intenso instante, te hace añorar al hiposexual de Andrés y su celosa manía de tener cuidada la finca. El ruído del cortacesped, la inconfundible sinfonía de la desbrozadora, el estruendo de la motosierra, la pasional y rítmica gardena... ¡qué delicado paraje creaba!... y, todo sea dicho, también alimentaba en mí ansias de deseo que finalmente no eran satisfechas por la baja testosterona del ejecutor que parecía utilizar las hormonas tiroideas y la prolactina exclusivamente para abonar las hectáreas de la finca descuidando plenamente sus obligaciones maritales.
Y en esta situación me encuentro. Sola, vacía y conquistada por la espesura.
Siempre he sido resuelta y no dudé ni un instante. Acabé mi café y devoré Internet buscando una solución para mi jardín. No fue tarea sencilla. Puedo asegurar con criterio que en la actualidad es más fácil que te toque la lotería de Navidad que encontrar un jardinero -en plena primavera- que se comprometa a asumir el mantenimiento de tu propiedad... y eso aún estando dispuesta a aceptar cantidades económicas abusivas y desorbitadas. Casi podría afirmar que Mbappe ganaría lo mismo dando patadas al balón que llevando el mantenimiento del césped del estadio Bernabeu.
Fue una larga y tediosa tarea, llena de sinsabores y contrariedades, pero cuando estaba a punto de sumirme en la desolación y pensaba que no habría otra salida que volver a recurrir a mi "ex" dándole una segunda oportunidad, surgió el milagro.
Ya se apagaba la tarde cuando, esta vez sí, alguien aceptó mi petición al otro lado del teléfono. Le transmití mis urgencias y, haciéndome un favor, concluyó que en tres semanas podría pasarse por la finca.
La espera se me hizo tan larga como la de un adolescente en su primera cita. Durante veintiún días y veintiuna noches tuve que convivir una frondosa y selvática naturaleza que parecía no tener límite y que crecía y crecía y se expandía y todo lo conquistaba.
Y por fin llegó el momento. Amaneció árida la mañana cuando Raúl, que así dijo llamarse, se presentó en el portalón de la propiedad con su furgoneta y remolque. Fornido, más bien bajo y algo tosco, pero ágil en el manejo de las herramientas y dispuesto para la tarea, rápidamente bajó la maquinaría y observó la faena, moviendo la cabeza de lado a lado y frunciendo el ceño.
-Me va a llevar todo el día.- dijo en tono serio, para añadir.- Está todo muy descuidado.
Le miré con ojos suplicantes como rogándole que hiciera lo que tuviese que hacer pero que permitiera que aquel enjambre de hierba, ramas, flores, y brotes dejase de ser un infierno natural para convertirse de nuevo en algo parecido a un jardín.
Trabajo duramente bajo un sol que alumbró con fiereza la jornada. Intenté aislarme en mi habitación, con mi trabajo on-line, aunque el ruido constante de su trabajo fue creciendo en mi interior y alimentando el deseo de ver el resultado final de tan intensa actividad.
Eran las cinco. No corría la brisa. Bajé al porche y descubrí que donde había selva había ya un mullido tapiz tierno que parecía dibujado sobre la tierra. Y los mirtos rectilíneos; y las flores de los setos, y las escaleras de piedra cuidadas; y el musgo arrancado; y las tullas peinadas... y al fondo, Raúl barriendo hojas y recogiendo los últimos restos de su cuidada poda.
No lo dudé. Ya lo dije al principio: fue espontáneo, impulsivo, irreflexivo. Cogí una cerveza fría del frigorífico y caminé hasta él para ofrecérsela. Estaba entusiasmada con el resultado. Era un paisaje maravilloso. No cabía en mi de gozo.
El se giró con el torso sudado y desnudo. Y no pude evitarlo. Le ofrecí la cerveza y luego, mientras el la bebía, mis ojos se quedaron presos del vello oscuro y espeso que le cubría el pecho, de aquellos rudos hombros, de la barba incipiente y descuidada de días, de los pelos salvajes que asomaban por la nariz... le arranqué la botella y lo besé. Apasionadamente... y lo que vino después sólo fueron excesos y excesos sin posible contención. Tan maravilloso fue el encuentro, tan vehemente el deseo, tanto fervor en la atracción que las horas pasaron y llegó la noche y seguíamos con la faena. El llegó finalmente a suplicar que parase, que necesitaba irse, que era muy tarde... yo, pese a mi ansia, entendí que había que dar una tregua a la pasión.
Nos vestimos en silencio y mientras el guardaba en el remolque la maquinaria, yo le trasladé la necesidad de hacer un mantenimiento semanal de la finca para evitar que se desbordase. Él dijo que, tras lo realizado, bastaría con una visita mensual para mantener en orden y controlado el jardín.
Pero yo, preocupada por regresar a la salvaje crudeza del paisaje lujuriante, le insistí en que fuese cada quince días.
Quedamos en me lo trasladaría por teléfono y mientras se despedía y arrancaba la furgoneta yo regresé la mirada al jardín contemplando, deleitada y satisfecha, tanta belleza.
Hoy he recibido un mensaje en mi móvil.
-Estimada Eva, por necesidades de servicio tenemos que prescindir del mantenimiento de su finca ya que excede de las horas que podemos dedicar para atender a nuestros clientes. Le dejaremos la llave en el buzón. Como compensación por la rescisión del acuerdo no le pasaremos factura por la jornada completa de mantenimiento realizada. Un saludo. Jardinería Raúl y Andrea.
Y aquí me encuentro ahora. Temerosa de que vuelva a suceder lo mismo y que la vegetación me invada. Y he optado por una nueva solución.
He abierto perfil en Meetic, en Tinder, en eDarling, en OKCupid y en Happn. He sido clara y contundente. Estoy abierta a todo tipo de posibilidades... solo pongo como condición que tengas unas buenas tijeras de podar y herramientas de jardín.
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