EXCESIVA

 Tengo que reconocer que es excesiva. Muy excesiva. Demasiado intensa, locuaz y, por momentos, hasta parece deslenguada.

Se pasa todo el día presentándome gente. Por la mañana me hizo conocer a su primer novio y además, no se corto ni un pelo, y empezó a alabar todas sus virtudes, ¡incluso las más íntimas! Menos mal que entre mi vergüenza y la "rápida desaparición" del pretendiente, mamá dejó de narrar más intimidades.

Ahora mientras cocino la oigo hablar en el salón con la concejala de urbanismo del Ayuntamiento. Desde que el otro día se resbaló en la acera que están arreglando frente al portal de casa no deja de llamarla todos los días para exponerle sus quejas y para darle consejos sobre que zonas realmente merecen un arreglo.

Y estoy seguro que por la tarde habrá invitado a aquella modista, estirada y soberbia, que tuvo la tienda en la esquina donde ahora hay una perfumería, o  a la vecina del quinto -la mujer de Don Antonio-, o quizás a su prima Isabel, la que veraneaba en Santander.

Y es que por las tardes es mucho más selectiva. Sólo invita a gente que ha fallecido en el último año.

Es verdad que resulta excesiva, pero al menos esta medicación no la deja postrada en la cama, dormida y atolondrada, sin poder saludar y dialogar con la vida.

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