DIGNIDAD

Nunca había acompañado a mamá al trabajo. Pero aquel día a ella no le quedó más remedio que llevarme. Mi hermano no estaba y yo tenía fiebre. Durante la noche me había desvanecido en un par de ocasiones y ella estaba realmente muy preocupada.

Acudí acompañándola a la casa que limpiaba. Recuerdo que me impresionó mucho el portal de forja con grandes barrotes lacados en negro con puertas acristaladas y medallón con el número 7 en la ventana central finamente arqueada. Al traspasarlo, un portero con traje oscuro nos saludó mientras subimos unas amplias escaleras flanqueadas por una elegante baranda de madera ocre. 

Al llegar al segundo piso me llamó la atención la existencia de dos puertas muy juntas. Mamá me explicó que las dos pertenecían a la misma casa, pero que la más pequeña, la que carecía del brillo ostentoso de la que llamaba la atención, era la llamada puerta del servicio, la que debían utilizar las personas que acudían a trabajar a aquel domicilio. Aun así, me pareció un privilegio poder traspasar aquella frontera y penetrar en la grandiosidad.

Recuerdo observar un pequeño pasillo que daba acceso a unas habitaciones cerradas y a una gran cocina. Mamá me dijo que me sentase allí en una silla blanca junto a una gran mesa. Obediente cogí mi libro de "La isla del Tesoro" y me dispuse a leer. Para mi la lectura, en aquellos días de la infancia,  se había convertido en un verdadero refugio que me ofrecía paisajes y oportunidades que la realidad cruel me negaba de forma pertinaz.

No sé el tiempo que pasó. Se que hubo un momento en el que dormité apoyando levemente la cabeza sobre la mesa y recuerdo que mamá vino un par de veces a comprobar que estaba bien. 

El tiempo pasó y debía ser ya mediodía porque sentí la necesidad de comer y un apetito desmedido que no era muy habitual en mí. Y fue en ese momento cuando entró mamá acompañada de una elegante señora que tenía el pelo recogido en una hermosa coleta coronada con un gran broche de plata.

Cumplí estrictamente con los sabios consejos que siempre me daba mi madre. Me levanté inmediatamente al verla, saludé de forma educada y correcta, y bajé la cabeza para evitar fijar la mirada en ella, pues mamá afirmaba que a la gente "fina" le molestaba que la observásemos fijamente. Tuve que vencer la curiosidad pues me llamó poderosamente la atención la elegancia del vestido y aquellos zapatos de tacón que la convertían en un ser etéreo, grácil y delicado. 

Mamá le dijo mi nombre y explicó que estaba muy orgullosa de mí pues era muy aplicado, antes de agradecerle que le hubiese permitido traerme mientras me tocaba la frente y le explicaba que había tenido fiebre todos los días anteriores.

Inmediatamente preguntó:

-¿Ordena alguna cosa más la señora?.- la voz de mamá sonaba sumisa y muy cortés. 

-Nada, María. Por hoy todo está.- respondió aquella dama pero lejos de despedirse se quedó quieta en la estancia observandonos

Fue en ese momento cuando noté la inquietud y nerviosismo de mi madre.

-Hoy le rogaría, señora.- oí que suplicaba.- Está el niño delante.- insistía mamá mientras arrastraba las palabras y bajaba los ojos como implorando la concesión de un favor que no entendía.

-María, a los niños también hay que educarlos en la honradez.- noté como sus ojos se dirigían a mí.- Y no hay mejor forma que entiendan que la senda correcta en la vida es demostrar que no tenemos nada malo que esconder.

-Por favor, señora, se lo suplico.....- musitó mamá arrastrando las palabras.

-María, no insistas, o tendré que enfadarme y la puerta está a tu espalda si lo que deseas es irte.- y ahora la voz de aquella dama había perdido toda la dulzura que en algún momento pudiese haber tenido, mudando en un tono brusco y recio.

Yo no entendía nada. Y seguía con la cabeza baja. 

-Nando, mira hacía allí.- noté como mamá me giro la cabeza enfrentándome hacia los cuadros que colgaban ordenados y que llenaban de color aquella pared.

Fue la señora la que a partir de ese momento habló conmigo.

-Nando, aprende siempre que la honradez es muy importante. Hay que ser dignos. Y digno se es de cuna o cuesta mucho hacerse. Especialmente entre los que tenéis la desgracia de criaros sin un padre que sea un ejemplo recto, inflexible e íntegro... La condición moral es la base de todo. Sin valores nos convertimos en bestias y nos alejamos del destino divino. Y, como ya sabe tu madre, aquí -pese a la bondad de nuestro carácter y a nuestra generosidad infinita- hemos tenido ejemplos de personas que han abusado mucho de esa confianza y que nos han robado, nos han quitado lo que es nuestro, sabe Dios con que fin, seguramente para malgastarlo en vicios y desmanes.

Hubo un silencio antes que la señora volviese a hablar.

-Correcto María. Muy bien. Da gusto saber que aun hay gente en la que se puede confiar. 

En ese momento, espontáneamente, moví la cabeza y comprobé que mamá recogía del suelo su ropa y comenzaba a vestirse.

Al momento volví a voltear la mirada hacia los cuadros mientras la desnudez de mi madre llenaba mi cabeza y mi corazón de profunda vergüenza. 

Fueron unos instantes eternos. Después mi madre me dió la mano y note entre sus dedos toda la aspereza de la vida.

-Despídete de la señora Nando.- me dijo mamá.

Y yo, educado, siempre educado, lo hice.

Tras cruzar la puerta, un largo silencio nos acompañó hasta la calle. Un larguísimo y eterno silencio que acallaba el rumor de los automóviles y el bullicio de los transeúntes. Un infinito silencio que pareció colgar de las lágrimas que se desbordaban en mis ojos.

-Nando, no quiero que estés triste.- la voz de mamá resonaba orgullosa.- La dignidad no está en la vestimenta.

Y se agachó para enfrentar nuestras caras, antes de añadir:

-La dignidad está aquí.- mientras señalaba mi pecho y me abrazaba con ternura.

Luego, recuerdo, que pasamos por "El Timón" y mamá compró churros como hacía los días de fiesta grande.

Esa noche dormí orgulloso de mi madre y pensé mucho en eso que los mayores llamaban dignidad y que me parecía algo sublime. Y concluí que te pueden quitar cosas materiales pero nadie te puede robar la dignidad; o la tienes o no la tienes. Y ahora yo ya sabía en que lado estaba la dignidad.


 

 

 

 

 

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